inteligencia artificial fuerte o general
Que la inteligencia artificial o IA (AI por sus siglas en inglés) ha venido para quedarse y formar parte de nuestras vidas es evidente y ya no es discutible. Que, a pesar de sus detractores (el miedo a lo desconocido puede llegar a ser muy combativo), su presencia en nuestro día a día gana terreno de forma exponencial, también es evidente. Que en términos generales existe un notable desconocimiento sobre qué es, lo que significa, para qué sirve y cuál es su alcance, pues eso, también indiscutible.
Dicho esto y como ya he comentado en el artículo Charla con chatGPT, la inteligencia artificial puede definirse como «los algoritmos informáticos que, mediante el uso de unas determinadas soluciones, imitan funciones propias de la inteligencia humana, entre las que se incluyen el aprendizaje, el razonamiento y la autocorrección«. Una herramienta que surge para dar respuesta a distintas actividades, acciones o tareas, generalmente repetitivas, facilitando la optimización y la estandarización de los servicios y los procesos.
Como he afirmado más de una vez, en mi opinión no hay que tener miedo a la IA, hay que regularla (que no coartarla) y, a través de su legislación, evitar que se haga un uso fraudulento o inmoral de ella. Tal como ha expresado reiteradamente Geoffrey Hinton, conocido como padrino de la IA y premio Turing 2018, «si hay alguna forma de controlar la inteligencia artificial, debemos descubrirla antes de que sea tarde«.
El siguiente paso dentro de la evolución y desarrollo previsto es la inteligencia artificial fuerte o IAF (frente a la inteligencia artificial débil o inteligencia artificial estrecha, ANI por sus siglas en inglés). Este modelo, también denominado inteligencia artificial general, podría definirse como una «variante de la inteligencia artificial que iguala o excede la inteligencia promedio del ser humano, es decir, que su cociente intelectual es superior a 90, lo que implica que presenta cualidades atribuidas al ser humano tales como la conciencia, la sensibilidad o los sentimientos.»
La IAF será capaz de imitar la inteligencia humana y de replicar nuestra conducta, gracias a su alta capacidad de aprendizaje y de resolución de problemas ordinarios y extraordinarios. Además, podrá dar una respuesta singular a las situaciones que se le planteen, en distintos escenarios, entre los que se incluirán las emociones o los afectos, lo que implicará que deberá disponer de una inteligencia profunda y de unas habilidades cognitivas amplias que le permitirán aprender, prestar atención, memorizar, hablar, leer, razonar y comprender… desde lo más básico hasta lo más complejo.
Una vez más, como un adelanto de lo que está por venir, los problemas a los que nos enfrentamos no son de naturaleza tecnológica, sino de orden ético y moral. En los próximos años nos enfrentaremos a dilemas desconocidos, más propios de la ciencia ficción (ver El hombre bicentenario, una obra maestra del género), como las relaciones que tendremos con quienes podríamos denominar personas no humanas, capaces de superarnos en lo físico y en lo intelectual. Tendremos que enfrentarnos al simple pero complejo hecho de cómo reconocer, si su aspecto no es humano, a quienes tienen conocimiento de su existencia y de sí mismos, con su estado de ánimo, con su criterio, con poco margen de error y con una capacidad de adquirir y de retener conocimiento hasta ahora desconocida, seres que en no pocos casos serán superiores al modelo que supuestamente imitan, al humano.
Si se están preguntando si existe alguna actividad que pueda quedar fuera del alcance de la AI, la respuesta es simple: NO.
Lo dicho: el problema no está en la inteligencia artificial sino en el uso que se haga de ella, algo implícitamente humano. Por lo demás, todo lo anteriormente expuesto no quedará ahí, aún tendremos que enfrentarnos a la irrupción de la denominada superinteligencia artificial (ASI) que será la que inexorablemente supere a la inteligencia humana… de ella ya tendremos tiempo de hablar más adelante.
Imagen: Momo Marrero
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